domingo, 6 de noviembre de 2011

El paso del arte moderno al arte contemporáneo en Ecuador







Por: Oswaldo Páez Barrera
1.- Qué fue el arte moderno?

Se conoce con ese nombre a un movimiento intelectual que surgió en Europa occidental cuando el capitalismo pasaba a su fase imperialista.
Las características de dicho movimiento fueron, en la mayoría de sus casos, de ruptura con las normas neoclásicas, románticas y eclécticas que imperaban en las segunda mitad del siglo XIX.

Esas rupturas no fueron solamente formales, sino que impugnaron los principios sobre los cuales se asentaba el arte que se promovía desde el oficialismo, esto es, desde el Estado y las academias.

El arte moderno, se ha dicho, fue el resultado, entre otros factores, de los cambios en la base productiva de la sociedad, la cual había producido para entonces un nuevo sujeto histórico: el proletariado industrial, portador de una nueva visión y una nueva sensibilidad que determinó el aparecimiento de este fenómeno cultural y artístico.

Se ha señalado que entre las artes, la pintura fue la iniciadora de estos cambios, o quizás la más notoria. En efecto, se coincide en señalar al Impresionismo como el movimiento que rompió con la manera de ver y de representar que entonces parecía incuestionable.

Sin embargo, en la literatura por ejemplo, también se habían operado transformaciones en la manera de narrar y, en la novela europea del siglo XIX  se evidencia un cambio sustancial que marcó, en efecto, la presencia de una nueva forma de representar, es decir, la presencia de una época diferente. El Naturalismo y el Realismo literarios, fueron los movimientos que dan sustento a esta última afirmación.

Francia, y París, la capital del siglo XIX, fueron el escenario principal de esta novedad.

Al encontrarse en aquel entonces el capitalismo en una fase progresiva y expansiva, los diferentes países se vieron poco a poco afectados en lo cultural y artístico por estos cambios que, como digo, incluyeron a todas las artes.

La noción de progreso y el afán de progresar que se tenía en las periferias, como era el caso de América Latina, abrió las puertas a las novedades del intelecto y de esa manera, dichos cambios encontraron cultores que identificaban la calidad y la actualidad de sus obras en la medida que estas entonaban con aquellas innovaciones, aunque tratando temas locales. Es el caso de nuestro gran escritor Juan Montalvo, o el de nuestros paisajistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX que volvieron los ojos hacia lo propio pero con formas de la tradición europea que entonces estaba en proceso de ser superada por el Impresionismo.

Esta traslación cultural desde los centros hegemónicos del capitalismo europeo a América Latina tiene una connotación compleja pues, lo que allá era pertinente y como hemos dicho, hasta contestatario, acá tuvo un sesgo neocolonialista y eurocentrista en la medida que sin mayor derecho de inventario se orientó la mirada, el pensamiento y la sensibilidad hacia Europa, descuidando nuestra relativa especificidad humana, cultural y hasta geográfica. Este detalle no haría sino acentuarse con los años, de tal modo que el arte moderno y sus utopías liberatorias, fueron convirtiéndose en lenguaje de aquellos sectores que terminarían consolidando el capitalismo en el país.

(Recomiendo leer TODO LO SÓLIDO SE DISUELVE EN EL AIRE, del escritor norteamericano Marshall Berman. Y para comprender el fenómeno en el arte ecuatoriano del siglo XX, recomiendo leer a Agustín Cueva, especialmente EL PORCESO DE DOMINACIÓN POLITICA EN EL ECUADOR.)















2.- ¿Cuándo llegó el Arte Moderno al Ecuador y cuales fueron sus formas?

El triunfo de la Revolución Liberal, el 5 de junio de 1895, es el inicio en nuestro país, del siglo XX.
Esta revolución tuvo en el aspecto ideológico en especial, un rol mucho más impactante que en el aspecto económico y social. Su laicismo y anticlericalismo crearon condiciones mentales para que la asimilación periférica de la cultura occidental moderna de matriz europea, tuviera matices en extremo importantes para el desarrollo de nuestra subjetividad latinoamericana.
De este modo se sabe, por ejemplo, que algunos artistas ecuatorianos fueron a estudiar en Europa y hasta se vincularon a sus vanguardias artísticas. Se sabe también que algunos artistas europeos llegaron por acá. Es decir, a comienzos del nuestro siglo XX en los círculos intelectuales del Ecuador existía el conocimiento de lo que pasaba en el mundo, pero, como he dicho, los cambios ideológicos que trajo la Revolución Liberal determinaron que dicha información fuera tamizada y, su resultado, no fuera una traslación o copia de lo que se hacía en Europa.
Como ejemplo, citemos tres hechos de cultura que demostrarían que el arte moderno en el Ecuador del siglo XX tuvo especificidades importantísimas: el pasillo ecuatoriano fue un aclimatación de una forma musical en la que, además de proponer cierta sensibilidad que cantaba relaciones afectivas más urbanas y de hacerlo con formas poéticas modernistas, puso en su tristeza y nostalgias tardo románticas el toque indígena andino que penetró y cualificó este género que, por encima de las regiones de nuestro país, nos ha unificado desde abajo: JJ, Carlota Jaramillo los Hermanos Miño Naranjo, y muchos más, son por ello parte de nuestro patrimonio cultural moderno intangible común.
La pintura indigenista fue la segunda forma que adquirió la representación de la mirada moderna en nuestro país. Sus formas pictóricas, el trabajo de pincel y el tema mismo de esta corriente, son modernos y en la mejor tradición de la modernidad, es decir en su faceta anticapitalista.
Y una tercera forma, que también definió nuestra modernidad, vino dada por la gran literatura de los años treinta, en la cual, no solo nuevas maneras de narrar se hicieron presentes, sino que nuevas formas y sobre todo nuevos sujetos históricos hablaron por primera vez.
Quiero decir que, en nuestro país, la cultura y el arte modernos surgieron con una profunda identificación con lo popular y auténtico, lo cual, como pasaremos a analizar, encontró la oposición de las fuerzas conservadoras.

















 3.- La modernidad frustrada

Sabido es que el cuencano José Ignacio Ordóñez, arzobispo de Quito, viajó a Roma en la penúltima década del siglo XIX para pedir al Papa la censura del libro de Juan Montalvo, Los siete tratados. Es decir, que las fuerzas oscurantistas desde cuando la modernidad comenzaba a insinuarse en el país, tomaron cartas en el asunto para tratar de frenarla como cosa del demonio.

Esta oposición, en especial a la manera que dicha modernidad adoptó aquí en las artes, la literatura, la música, la poesía, no dio su brazo a torcer y atacó siempre las nuevas manifestaciones. Lo grave para su cruzada reaccionaria fue que después de la Revolución Alfarista y machetera, no tuvieron artistas ni intelectuales que estuvieran a la altura de nuestros innovadores  modernos. El asunto se les tornó doblemente aciago cuando otra revolución, esta vez La Gloriosa del 28 de mayo de 1944, dio como resultado a la Casa de la Cultura Ecuatoriana, una institución que contribuyó a consolidar la cultura moderna del país así como a su difusión.

Sin embargo, la suerte de nuestra modernidad estaba echada.

La derrota del fascismo en la II Guerra Mundial, nos colocó en condición de botín de los vencedores y las aspiraciones de consolidación nacional de nuestro país se vieron rotas: fuimos a parar en el bolsillo del imperialismo norteamericano que, desde entonces y, bien podríamos decir que hasta hoy, mete las narices en nuestros asuntos, incluidos los culturales. Esto imposibilitó  desarrollar elementos de una cultura nacional, los cuales fueron relegados a resistencias calificadas de manifestaciones antropológicas o folklóricas, cuando no de hechos premodernos.

Ustedes, que son estudiantes de arquitectura, saben que en los años treintas y cuarentas del siglo anterior el crecimiento portentoso de los EE UU de Norteamérica había generado una producción artística genuina y original: el Expresionismo Abstracto. Este hecho fue fortalecido con la emigración de artistas europeos de vanguardia que, perseguidos por los nazis recalaron en América del norte, impulsaron una de las vertientes del arte moderno, el abstraccionismo en general, el mismo que se desarrolló como forma correspondiente a la abstracción de la vida que habían traído las formas productivas industriales en dicho país. Fue el tiempo de la consolidación del movimiento moderno en la arquitectura y, desgraciadamente, el de la identificación de dichas formas artísticas y arquitectónicas con los valores del modo de vida de la llamada democracia occidental.

La arquitectura moderna en Ecuador asomó entonces como un innegable símbolo de progreso, pero, poco a poco, dicho progreso fue mostrando su adjetivo: se trataba, simbólicamente desde luego, del progreso capitalista dependiente o neocolonial. Esta arquitectura, que comenzó a llegar por acá en los años treintas con el Art Deco, (la Catedral de Ambato, tiene una marcada influencia de esta corriente europea de los años treintas), comenzó a modificar nuestras ciudades. Es indudable que en términos de comodidad, sanidad, sencillez formal, estabilidad y, en fin, en muchos otros aspectos, la arquitectura moderna trajo ventajas en relación a la que aquí se hacía entonces. Pero  también es cierto que la misma, así como sus lineamientos urbanos, destrozaron el patrimonio tangible de nuestras ciudades, convirtiendo a muchas de ellas en conglomerados anónimos y genéricos que niegan el sentido mismo de la ciudad.

Ustedes deben saber por ejemplo que en Ambato, el tristemente recordado terremoto no causó tanta destrucción de su arquitectura vernácula como lo hizo el Arq. Sixto Duran Ballén, quien al decretar con su Plan Regulador las famosas líneas de fábrica, promovió un urbanismo al servicio del automóvil.

Claro está que ni esas formas abstractas ni la intención de sus creadores, buscaron empalmar con esos intereses que, de artístico, no tenían nada. Fueron más bien los ideólogos culturales del capitalismo quienes descubrieron la potencialidad de los lenguajes abstractos para sus campañas de despolitización de las artes y sus llamados en favor del arte por el arte desligado de la vida y sus contingencias.

Las oligarquías bananeras, cacaoteras, pesqueras, no esperaron mejor noticia: adoptaron dichas formas como representativas suyas y del progreso que lideraba su país emblema. Su actitud influyó mucho, para mal, pues se produjo en medios culturales en donde la discusión de la estética moderna es incipiente y poco analítica.

Por su parte, el imperialismo a través del Museo de Arte Moderno de NY, de la CIA y de sus embajadas, se empeñaron en difundir dichas corrientes como sinónimo de lo moderno, en contra de las ricas manifestaciones plásticas que hasta bien entrado el siglo XX se habían desarrollado en América Latina y, como hemos visto, en Ecuador también. En este punto, los arquitectos debemos recordar el llamado Estilo Neocolonial que fue apocado por las corrientes modernistas. (Como ejemplo de dicho estilo nos quedan entre otros pocos edificios, la sede de la Casa de la Cultura, en Quito.)

Pero la imposición no fue fácil ni total. La tradición artística crítica de nuestra modernidad es fuerte y, si bien surgieron expresionistas abstractos, copiones y reproductores de formas exóticas, el asunto no se ha definido totalmente a favor de estos últimos.

No obstante se debe reconocer que dichas formas han incidido en la tradición reciente de nuestras manifestaciones visuales  y en nuestros imaginarios, pero también es innegable que esa extraordinaria capacidad de sobrevivencia cultural en el mestizaje que tienen los pueblos andinos, cholos, montuvios,  afrodescendientes y en general latinoamericanos, en este proceso también asimilaron las influencias negativas con provecho. O como lo dicen en sus canciones: Si del cielo caen limones, pues hacemos limonadas.

Quizás esta dualidad persistente de corrientes generales en las artes (las imperialistas y las social críticas) se debió a que en la segunda post guerra o guerra fría, mientras las superpotencias se peleaban, en las zonas periféricas del mundo la cosa cultural y artística no pudo ser del todo controlada. Sin embargo, como veremos más delante, esto ha cambiado.

La incidencia de un arte y una arquitectura claramente politizados como el que promovieron los EE UU  después de la II guerra mundial, afectó en nuestro país el desarrollo de un arte diferente del etnocentrista oficial y, en algunos casos remachó en la sensibilidad social la dependencia y la idea de que es mejor lo que viene del norte a lo que hacemos en el sur como parte de la invención de nuestro ser.



4.- La crisis de la modernidad y el significado del arte contemporáneo

Con la disolución del imperio soviético terminó la guerra fría pero también la justificación del imperialismo norteamericano para erigirse en el guardián de la libertad y la democracia frente al comunismo.

En el centro de la inesperada victoria de occidente sobre los soviéticos, estuvo un actor de quien no se esperaba que llegara a tener un rol tan importante: la informática, la cual ha revolucionado la manera de obtener, guardar y usar el conocimiento en todas alas áreas del acontecer social.

Este hecho ha modificado las formas de producir, de hacer la guerra y de representar, es decir, nos ha cambiado de época, aunque no de sistema.

La inmensa revolución que en el mundo se ha gestado desde hace treinta años ha cambiado lo que se llama el sistema mundo, lo cual, en el terreno de las representaciones simbólicas como son las artísticas, arquitectónicas y las culturales, ha traído un fenómeno igualmente nuevo al cual y a falta de otro nombre mejor, se le ha llamado arte contemporáneo.

Pero  vayamos por partes.

El cambio en las formas de producir gracias a la informática significó en muchos sectores productivos el aparecimiento de un nuevo sujeto histórico, cuya función se ha socializado y complicado muchísimo más que aquella que aportó el viejo proletariado industrial para el aparecimiento del arte moderno. Este nuevo sujeto productivo, según uno de los más sagaces analistas de la postmodernidad –Antonio Negri– ha desbordado la fábrica y se extiende prácticamente entre toda la sociedad mundializada.

Como es lógico esperar, las viejas formas modernas de representación, entre otras, las formas artísticas, ya no son adecuadas para que este nuevo sujeto, o nueva subjetividad, puedan expresar su presencia insólita en el mundo. Y lo que es más interesante: dicho sujeto social habría adquirido tal nivel de potencia productiva y cognitiva – o de conocimiento– que su rol en la producción hace evidentemente innecesario el mando del capital. En otras palabras, la nueva sociedad en la que estaríamos inmersos, no necesitaría de intermediaciones, ni siquiera simbólicas, para ser, para inventarse, para crearse y ser radicalmente libre.

Sin embargo de esta realidad, el hecho de que el capital haya logrado imponer su mando en los cambios tecnológicos le ha facilitado la capacidad de asignar el valor de la producción que controla, lo cual ha llevado a que también en las artes se imponga su arbitrariedad valorativa.  Con esto y nuevamente, el arte, que no deja de ser también ahora una simbolización de lo que pasa en la economía mundo, en consecuencia vuelve a registrar los cambios sociales.

Cuando se habla de la virtualización de la economía capitalista se está aludiendo a que la vieja ley del valor habría terminado. Es decir, el tiempo de trabajo socialmente necesario ya no sería la clave para saber cuánto valen las mercancías. Hoy, gracias a la informática se puede producir más, en menor tiempo, con mayor calidad, a menor precio y con menos mano de obra. El tiempo expropiado e incorporado en los medios de producción, ha permitido a sus dueños dictar el valor de las mercancías las cuales valen ahora lo que el capital dice que valen. Esta flotación del valor ha llevado a lo que se llama la financiarización de la economía y a un tiempo en donde se vive y se muere por valores ficcionales.

El símbolo de esta situación es el dólar, una moneda de confianza cuya respaldo principal ya no es el oro ni la productividad de las empresas gringas, sino las once flotas que han desplegado por los mares del mundo y, las 800 ó más bases militares con las cuales amenazan y atacan a quienes quieren.

Esta arbtrariedad, como he dicho, alcanza a las artes sistémicas cuyos valores también se han vuelto virtuales y arbitrarios como la economía en la cual se inscriben. Muchas obras de arte contemporáneo en los mercados capitalistas centrales, valen lo que se paga por ellas independientemente del valor intrínseco que antes las valorizaba, digamos la historia del arte, el virtuosismo del artista o la crítica seria. Estas obras flotan como flota el dólar: sin otro respaldo que la palabra del emisor. Entonces, una cabeza de vaca podrida, un montón de enlatados en cuyas etiquetas se lee “mierda de artista”, un busto de sangre congelada o unos reflejos del sol que unos espejos proyectan sobre una pared, son calificados de obras de arte contemporáneo, en una apología del nihilismo, la banalidad, el vació existencial y el desprecio a las culturas humanas. Dicho con otras palabras: una apología de “valores” tecno fascistas.

No obstante, el delirio financiarizado del capital transnacional que sustenta y controla esta burbuja artística y sus extravagancias, es un hecho que también se han liberalizado los recursos expresivos en manos de la nueva sociedad, la cual, con estos y con otros medios se lanza de manera masiva a balbucear en algunos casos y en otros, a decir lo suyo. Así vemos por ejemplo  en nuestras ciudades el inconmesurable movimiento grafitero que garabatea las paredes con trazos, desesperados algunos, poéticos otros, hay en ellos un trasfondo crítico, mordaz   e irónico, expresado desde el anonimato de este sujeto común y joven que se convulsiona a pesar de las cámaras de vigilancia y la brocha policial que quieren amedrentarlo y reducirlo al silencio.

Cierto es que  el capital no quiere dejar su sitio y guarda aún una representación que a pesar de haberse evidenciado como innecesaria en el actual devenir humano, le sirve para legitimar por la fuerza  su poder. “No nos representan”, ha sido y es el grito de los indignados europeos y de los estudiantes chilenos. Este grito atraviesa las fronteras y el poder del capital se ha dado cuenta de que ya no le sirve el dominio físico de los cuerpos insurrectos, sino el control de las mentes mediante el control en el mundo de los símbolos, de lo que llama cultura, o educación, sobre todo en el mundo de la radio, la prensa la TV y el Internet.

Esbozadas así las cosas, se deduce que la lucha en el terreno de las representaciones artísticas y culturales, hoy es más tenaz que nunca.

Por una parte está la nueva sociedad apoderándose del conocimiento y de las comunicaciones en procesos de autoproducción que en oleadas desconocidas están generando nuevas formas de participación política –por ejemplo en las revueltas árabes en Túnez y Egipto o en las acampadas de los indignados en España– y, por otro lado, el imperio de las multinacionales y de la guerra, desatando una campaña brutal de mentiras para ganar las mentes, controlarlas y sumirlas en las sombras, en lo que se llama las guerras de IV generación.

En el terreno de las artes visuales vemos al poder del capital tratando de banalizar la crítica y de evitar a como de lugar que en esas manifestaciones del espíritu crezca la conciencia de que el mundo es otro y de que el poder es innecesario, y contra esto, vemos la inagotable imaginación de las multitudes de la sociedad mundializada impugnando de manera creciente el poder del Imperio del capital y sumiéndole en una crisis sistémica en la medida que inventa otras formas de ser, en las cuales, las metáforas del conocimiento juegan un papel destacado. Esta es la gran epopeya del arte y la humanidad de nuestros días.

El arte contemporáneo trata entonces de ser manejado por “los mercados”, apoyados por gigantescas campañas mediáticas al punto que se ha convertido en el arte de hacer dinero, pero y para terminar, las perspectivas del arte contemporáneo también están, como las de las vanguardias del arte moderno, nuevamente ligadas a la lucha anticapitalista. Las condiciones de producción del arte han cambiado, sus formas también lo han hecho. Pero, todo parece indicar que ayer como hoy, el arte verdadero y el cambio social verdadero y radical, van de la mano.

En Ecuador no estamos al margen de estas luchas en el terreno de lo simbólico. Todos los días constatamos que la disputa por el control de los medios es tenaz. Todos los meses constatamos el conflicto entre curadores y jurados que quieren conducir hacia al campo de lo banal las emergentes pulsiones del arte contemporáneo y, en contrapartida, los reclamos y los esfuerzos de los artistas por dar contenidos críticos e inteligentes a sus creaciones. La Bienal de Cuenca ha sido en los últimos veinte y tantos años un espacio en el cual se ha podido ver cómo del esfuerzo por implantar un arte moderno tardío y seco, se ha pasado al esfuerzo actual por imponer la versión globalizadora, banal y espectacular del arte contemporáneo. 

Mi libro X BIENALES, XX MOMIAS y XXX DÓLARES, analiza este proceso en nuestro país con el pretexto de la Bienal de Cuenca, entregando elementos de contextualización y análisis para profundizar en los temas que hemos tratado hoy. Ésta sería la causa para que este libro haya sido censurado por el actual Ministerio de Cultura. El debate sobre esta vergonzosa censura se lo puede revisar en la página web VAMOS A CAMBIAR EL MUNDO.

Por tanto, artistas, intelectuales, arquitectos y creadores del más diverso tipo: mi llamado es a profundizar en el entendimiento del giro que ha tomado la sociedad capitalista y sus formas simbólicas a fin de participar con nuestras reflexiones artísticas de manera contemporánea, es decir reflexiva y crítica del tiempo en el que estamos, para contribuir creadoramente a la invención del  mundo nuevo, solidario, igualitario y libertario que requiere la humanidad.

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