domingo, 6 de noviembre de 2011

Sobre la crisis de las administraciones culturales en Cuenca





Por: Oswaldo Páez Barrera

El análisis que Diego Demetrio Orellana publicó hace algún tiempo sobre la política cultural del Municipio de Cuenca fue como un dedo en la llaga. Pocos días antes en El Mercurio, Sebastián Endara había tocado otra parte de la misma herida cuando se refirió a la irresponsabilidad, improvisación y fanfarronería de los organizadores de la Bienal. En las reuniones de miembros de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, los análisis han sido también coincidentes en señalar la aguda crisis institucional de la administración de los asuntos culturales de la ciudad, sincronizando asimismo con lo expresado en mi «Visita guiada al Museo de Arte Moderno de Cuenca», texto con el cual, también tocaba la misma y dolorosa desgarradura. Es decir, múltiples voces hemos señalado el descalabro de una administración cultural que ya no corresponde a las pulsiones sociales contemporáneas.
















Administrar estos asuntos no es lo mismo que producir hechos culturales y artísticos, pero, según parece, los burócratas que controlan los presupuestos, confunden sus atribuciones con las propias de los artistas y, bajo la bandera de la curaduría, de la gestión cultural y la calificación y censura de proyectos culturales y artísticos, quieren imponer mediante el chantaje económico las ideologías del poder capitalista que ahora vienen en forma de modas neoliberales en las artes y la cultura. Controlar la producción y la promoción artística local para que no digan verdades que por ser tales siempre golpean intereses grandes, es su objetivo. El apoliticismo es solo su careta, el populismo «ni de izquierda ni de derecha» es su eslogan para el mercadeo. En otras palabras: la crisis del sector a la cual he llamado herida, llaga o desgarro, no es otra cosa sino el despotismo de un poder que desprecia la libertad de creación, expresión y promoción, que en su desprecio ha relegado a los creadores y a sus manifestaciones y, en su lugar, pretende colocar a sus agentes, sicarios o portavoces, como protagonistas y jueces.
El contexto histórico de esta agonía corresponde a un poder constituido manchado y carcomido por los vicios que hacen miserable la vejez de sus instituciones. En el tema cultural, dicho poder tiene ahora como único norte la espectacularidad y el consumismo con los cuales mide el éxito de lo que denomina «políticas culturales».  Esto duele a la ciudadanía consciente, porque es una manera de atacar el  trabajo liberado que constituyen aquellas manifestaciones artísticas de calidad, de boicotear la invención de nuestros pueblos que quieren ser, mientras a cambio se promocionan ideologías y valores antisociales

  




















No obstante el escenario que critico, los artistas y productores de cultura no paran en su labor. La suya, contrariando la burocrática y constituida es una producción constituyente que habla de otra subjetividad en curso, es decir, de la constitución de los nuevos sujetos antagónicos a los intereses del sistema que amamanta a curadores, tramitadores cultitos y otros policías del pensamiento. Esto ha llegado a un punto en donde lo constituido de la administración cultural ya no puede más con sus huesos, mientras que las nuevas fuerzas sociales de la cultura y el arte se levantan por encima de las formas institucionales que pretenden constreñirlas y controlarlas. Las nuevas fuerzas son imparables: caminan sobre los muros de los panópticos y se descuelgan desnudas  por sus ventanas. El choque entre la vida que puja y esta cárcel que la constriñe, es lo que duele y torna insufrible la situación que comentamos.

El alivio no vendrá del cambio o movimiento de fichas burocráticas en la Dirección de Cultura Municipal, el Museo de Arte Moderno o la Bienal. Temo que la institucionalidad no puede por ahora ir más allá de esto. 

La única opción es dejar el paso libre a los productores, es decir a quienes pintan, escriben, crean música y poesía, hacen cine o video, hacen teatro o grafitis en ondas que preludian un tiempo solidario, igualitario y libertario para Ecuador y América Latina. Esto significa que se debe propiciar la democratización y apertura de dicha institucionalidad, a riesgo de que el grado de esclerosis tan agudo que le afecta, la parta en pedazos. 













Entre los últimos despropósitos culturales del municipio están la pantalla gigante colocada en la fachada del Salón de la Ciudad y, la pretensión de una concejala de normar los grafitis. No sería raro que mañana quieran normar el uso de las palabras soeces en las plazas de Cuenca y la altura de las faldas en las discotecas y bares.

Debemos entender que la cultura de una país andino-caribeño como es Ecuador es algo vivo, un sentir que desde su multietnicidad y mestizajes, late con el ritmo de la creciente ola anticapitalista que recorre el mundo y que en nuestra región es particularmente fuerte en Colombia y ahora en Chile, contra el pinochetista Piñera.  

Es necesario dejar que las pulsiones de lo nuevo se exprese y no solo en los museos y espacios de lo público. Esto es necesario para elevar la autoestima popular y potenciar su memoria. Solo así se superará la inopia intelectual en la cual dichos espacios han caído en medio del estruendo mediático que trata de justificar y animar dicha inopia. Este conflicto represado es parte del conflicto político de este tiempo, de ese que impide a hombres y mujeres liberarse de las cadenas de un trabajo embrutecedor, o de una desocupación no menos brutal, y de las cadenas de los bancos, las cadenas de televisión y de las que nos imponen las costumbres.












«La Atenas del Ecuador» que congregó a los románticos, a los modernistas y sus musas se ha marchado para siempre, al Olimpo dicen. Los funcionarios culturales que dormitan en sus museos, bienales, universidades y confesonarios, parece que no se han enterado del deceso. La Cuenca-Tomebamba india, chola y mestiza está presente, de tal modo que la administración cultural que ella necesita, así como sus espacios y responsables administrativos, tienen que corresponder a los requerimientos históricos y sociales de esta nueva ciudad. Este cambio no vendrá de arriba, no será dádiva de los jefes, será resultado de la organización y consciencia de los creadores,  artistas e intelectuales que no han vendido su alma al diablo y que deberán sacudirse de las mortajas de estas institucionalidades caducas y antisociales. En esta dirección es urgente crear veedurías culturales técnicamente asesoradas, y retomar la iniciativa en la producción social e individual de hechos culturales de valor.

La subjetividad social desde donde se produce la cultura tiene hoy mayor consciencia de su ser histórico. Esperemos que desde ellos y ellas, que son los directamente afectados por las aplanadoras burocráticas que quieren silenciar su emergencia, se coloquen a la altura de la fuerza constituyente que traen consigo.

1 comentario: