martes, 8 de noviembre de 2011

AUTONOMÍA

Raúl Pérez Torres

“Hay que tomarse la Casa”, fueron las palabras vibrantes de Oswaldo Guayasamín a los escritores, pintores y artistas que se convocaron en su taller en l966. La Junta Militar del 63 la había clausurado y echado a su presidente y creador, Benjamín Carrión; y el gobierno interino de Yerovi, transitorio y débil, permanecía con los oídos sordos ante el clamor de los artistas, que pedían la reorganización integral de una Casa presidida por Jaime Chávez Granja y Alejandro Carrión, este último fiel servidor de la dictadura, que insistían en su legalidad. Por ello, el día 25 de agosto de l966, mientras se desarrollaba la Junta Plenaria para nombrar a los mismos de siempre, más de un centenar de artistas y escritores se tomaron la Casa. Entre ellos recuerdo a Oswaldo Guayasamín, Fernando Tinajero, Hernán Rodríguez Castelo, Alejandro Moreano, Ulises Estrella.

Había sido el principio del fin de una institución caduca, torpe y servil. Y este movimiento, donde también estuvo Diógenes Paredes, Rubén Astudillo, Rafael Díaz Icaza, Carlos Villacís, y un sinnúmero de reconocidos intelectuales, daría paso, por su propia dialéctica, al primer Congreso Nacional de Trabajadores por la Cultura. Y fue este movimiento el que devolvió la Casa a su presidente, Benjamín Carrión, y con él, la dignidad y la respetabilidad perdidas. Y es en ese Congreso donde se exige al presidente interino Clemente Yerovi Indaburu, la firma de la Ley de Estructuración de la Casa de la Cultura, la cual, entre otras cosas, decreta por primera vez “la autonomía funcional” de la Casa.

















Todo esto para expresar que la autonomía hay que ganarla y merecerla porque la autonomía es parte consustancial de la cultura, como la libertad es parte del creador. La autonomía es la facultad de decidir en última y definitiva instancia sobre las materias que son de competencia, sujetándose a las normas legales y reglamentarias. La autonomía de la Casa de la Cultura no es la del presidente de turno, ni de su burocracia dorada, sino una autonomía responsable, no ajena sino participativa con los objetivos culturales y sociales de toda la nación.

Es increíble cómo últimamente se ha manipulado la palabra ‘autonomía’. Los interesados se han llenado la boca defendiendo, a capa y espada, no el concepto de la palabra sino lo que han puesto detrás de ella, es decir, la posibilidad de no rendir cuentas a nadie, de actuar a su libre albedrío con los dineros del pueblo, de no preocuparse de un solo proyecto cultural coherente, y de tachar a quien toca sus privilegios, como enemigo de la CCE, traidor a Benjamín Carrión, o “sepulturero de la cultura”.

Me parece que el mejor homenaje que se le puede rendir a Benjamín Carrión no es utilizar su nombre sino seguir sus pasos.

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